sábado, 16 de junio de 2012

Miseria invisible


La lluvia azotaba sin compasión la humilde vivienda de material endeble, tan solo levantada por unos pocos palos, cartones, restos de madera, y planchas usadas viejas a orillas del caudaloso río que cruzaba la ciudad. La temperatura bajaba cada ves más mientras las aguas del torrente aumentaban su cauce a medida que se manifestaba el diluvio con toda su fuerza. Las calles solitarias y vacías de un sector comercial de la localidad hacían intentos mudos por alertar a alguna presencia cerca del lugar de que algo terrible estaba por  pasar, no era posible que en ese momento alguien estuviese en el exterior con tal condición climática.La modesta casita a orillas del afluente sufría de golpe con las inclemencias del tiempo. Elviento y la lluvia la hostigaban sin darle respiro alguno mientras el torrente amenazabacon dejarla reducida a escombro en pocos minutos.Dentro de la casa un hombre, una mujer y tres niños, vestidos con ropajes viejos y destallados se aferran a la vida e intentan cuidarse el uno al otro, soportando como pueden el frío que los invade hasta quitarles poco a poco la movilidad de sus extremidades. Mario de 27 años de edad, padre de Sebastián de 8 años, Bárbara de 4 y del pequeño Iván de tan solo 8 meses de vida y su mujer Pilar de tan sólo 23 años quien está muy asustada y no sabe bien que hacer, siente un frío profundo que se apodera de su cuerpo a paso acelerado. Mira a Mario con ojos tristes  y húmedos como pidiéndole socorro sin emitir sonido alguno, los tres pequeños duermen inquietamente en una gélida cama de madera húmeda que se mantiene en pie quién sabe como, sin saber ni enterarse de lo que a su alrededor sucede. El pequeño Iván tose reiteradamente y a ratos contagia a sus hermanos. Mario y Pilar no reaccionan y su morada cada ves mas golpeada por el temporal oscila de un lado a otro como queriendo advertir de que no pasará mucho tiempo más manteniéndose en pie. De un momento a otro comienza la debacle; cae una parte del techo construido con un par de planchas de zinc sobre los pies de la cama de los pequeños, lo que los hace saltar de donde estaban y correr a los brazos de sus padres, tan solo Sebastián y la pequeña Bárbara, pues el lactante Iván solo sabe gritar y llorar sin poder ir a ningún lugar, la desesperación gana terreno en los jóvenes padres a la ves que sienten que todo a su alrededor tiembla sin dejar de moverse ni un segundo. El río ya se apoderó de aquel sencillo lugar, Mario deja como puede a Sebastián con su madre quienes corren junto a Bárbara a protegerse a orillas del río lejos de la construcción desbastada por la fuerza de la naturaleza a esas alturas. Mario ya no siente sensación alguna, tan solo la decaída mirada del pequeño Iván lo mantiene en pie, se traslada como puede cerca de él pero a la ves siente que todo se aleja, ya no sabe si camina, flota o nada entre sus propias y precarias pertenencias esparcidas en la tempestad de la tormenta; la que era su casa dejo su forma para transformarse en un montón de desperdicio flotante. Su corazón palpita hasta casi salir de su pecho, el pequeño Iván lo mira de lejos sin entender nada, su diminuto cuerpo se cubre de barro y lluvia demasiado rápido, Mario ya no tiene fuerzas, tan solo sabe llorar, grita con toda su fuerza y la impotencia lo domina al ver a su hijo sin poder reaccionar entre los restos de madera y ropajes, Iván no tiene la fuerza para soportar algo así.En el momento todo está silente, nada más la furia de la tormenta se oye  en el aire, mientras entre el caudal no se distingue construcción alguna, agua turbia y furiosa es todo lo que hay en el paisaje. Iván no pudo seguir respirando, el bebe yace arrastrado por la corriente y su minúscula humanidad termina por perderse en la noche…  Mario ya no lucha, cierra sus ojos resignado e inmóvil se deja llevar por la corriente deseando dejar de existir en el acto, no acepta la idea de perder a su hijo, y mucho menos de esa forma. Es así como en medio de las sombras, el río y la lluvia, todo desaparece y se silencia, en aquel lugar que antes rebosó de vida y alegría no se oyen siquiera ecos de voces perdidas. No hay nada, nunca lo hubo.

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